Hace tiempo que teníamos ganas de hacer una lectura feminista de La Razón de mi Vida, pero no una lectura obsesionada en si Evita califica para ser "miembra del club", que es el acercamiento que el feminismo más tradicional, de fuerte entraña antiperonista, ha venido haciendo sistemáticamente de ella. Queríamos leerla desde otro lugar, no desde el lugar de quien la juzga. La pregunta que intentamos responder entonces no es qué tan feminista es Eva Perón sino qué feminismo nos permite leer su potencia política transformadora, su trascendencia en las tradiciones populares de nuestro país. Ahí es donde pensamos en Anzaldúa, porque ¿qué otra cosa es Evita que una “mujer de color” en los términos en que Anzaldúa entiende esta categoría? Una persona atravesada y tensionada por estigmas asociados a distintas condiciones: a su condición de mujer joven, de militante, de provinciana, de excéntrica, de apasionada, de inexperta, de artista. Anzaldúa nos ayuda a leer el rechazo que Evita sentía por el feminismo blanco liberal que le fue contemporáneo, que era el que encarnaba (con un plus muy personal) Victoria Ocampo. Anzaldúa nos recuerda también que la lealtad es un asunto complicado, que con seguridad nos atraviesan distintas lealtades y que no sabremos nunca de antemano en qué sentido se irán a “resolver”. Como es evidente, ni Evita ni Gloria las resuelven de la misma manera. Pero esto no debe inquietarnos, ya que como nos enseñaron precisamente las mujeres de color, la cultura no sólo informa nuestra experiencia de las opresiones, sino también los caminos que emprendemos para liberarnos.
¡Bienvenidxs a La Macacha Lectora! La seguimos el jueves.
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